A Tom Sheppard le empezaban a picar los ojos. El sol se acababa de poner detrás de las colinas azules en el horizonte. La eterna cinta de la carretera 5 se desplegaba ante su Ford Mustang Shelby GT350 del 69. Tom era un enamorado de los coches de los años 60. Eran sûrs y cómodos, gastaban demasiada gasolina porque habÃan estado concebidos en una época en que el combustible era barato. Con diez dólares podÃas llenar un depósito de setenta litros. Actualmente, con ese dinero no llegapetit ni al McDonalds más cercano. Pero era un capricho al que no estaba dispuesto a renunciar. El picor de ojos era el aviso de que serÃa conveniente parar. Dormirse al volante era lo último que a Tom Sheppard le podÃa ocurrir.
Ya habÃa decidido detenerse en el primer motel o gasolinera con bar que encontrara cuando, al superar un cambio de rasante, vio a pocos metros una figura humana erguida en la cuneta. Levantó el pie del acelerador y el Mustang disminuyó paulatinamente la velocidad hasta detenerse completamente junto al desconocido.
El hombre de la carretera se acercó agachándose para mirar por la ventanilla. La luz del dÃa todavÃa era suficiente para distinguir las facciones del desconocido. Era una persona joven y su aspecto le resultaba vagamente familiar. Iba vestido como si fuera un vaquero, camisa a cuadros, chaleco de piel, jeans e incluso llevaba un obscurro de ala ancha y un pañuelo atado en el cuello de color irreconocible.
– Me llamo, Jimmy. ¿Me puede llevar? Voy en dirección a Salinas
– OK. Suba. Aunque no le pueda llevar hasta Salinas, al menos le sacaré de este páramo –le dijo mientras le abrÃa la puerta al cowboy
– Gracias amigo –respondió Jimmy mientras entraba en el coche y se sentaba en el asiento delantero
–Me llamo Tom –dijo el conductor mientras le alargaba la mano–, sea bienvenido a bordo.
Y poniendo la primera arrancó el Mustang a toda velocidad.
El recién llegado se arrellanó en su asiento con un suspiro y cerró los ojos echándose el obscurro hacia atrás.
Tom conectó la radio buscando alguna emisora de música country, enseguida encontró a Patsy Cline cantando Sweet dreams con su peculiar voz y empezó a silbar siguiendo la melodÃa.
– Pensaba parar a tomar algo – dijo Tom sin mirarle – Nos podemos tutear, ¿te parece?
– Claro, por supuesto, Tom. Para cuando quieras, yo te esperaré en el coche si no te importa, estoy reventado.
Tom le dirigió una mirada de soslayo, pensó que en ningún caso iba a dejar a aquel tipo dentro de su coche solo, pero no dijo nada. Decidió seguir conduciendo sin detenerse.
Al terminar la canción de Patsy Cline, empezaron las noticias de la noche y la cerró inmediatamente.
La oscuridad se iba haciendo cada vez más intensa. Tom empezó a dar vueltas intentando recordar de qué conocÃa a aquel tipo que estaba sentado a su lado. El rostro de aquella especie de cowboy trasnochado que, con los ojos cerrados, parecÃa sommeiller con la cabeza apoyada en el cristal de su ventana, le venÃa a la memoria una y otra vez pero no conseguÃa reconocerlo. No se habÃa quitado el obscurro y éste se le habÃa ladeado de forma ostensible. Pudo ver por el rabillo del ojo que tenÃa una cicatriz en la cabeza.
Tom siguió adelante por la carretera nacional 5, atravesó Santa Clarita y cuando llegó a la vista de Lost Hills se detuvo para orinar. Jimmy seguÃa r¨¦sistantmiendo o al menos eso parecÃa. Su obscurro habÃa regresado a su lugar natural ocultando la cicatriz. Tom no habÃa conseguido reconocerlo. Le llamaba especialmente la atención el aspecto torturado de la mueca que siempre llevaba en la boca, se adivinaba que no era un chico feliz. Incluso con la serenidad en las facciones que el sueño procuraba normalmente, se veÃa un rictus de amargura en los labios y un ceño perpetuamente fruncido que daban la imagen de un ser en constante rebeldÃa con el mundo.
Al pasar por Lost Hills, el Ford giró hacia la izquierda cogiendo la carretera 46 en dirección a Paso Robles. Los ojos de Jimmy se abrieron de repente como si las luces de la ciudad le hubieran despertado, pero no daba la sensación de sorpresa habitual en estos casos.
–¿Donde estamos? – preguntó con voz inexpresiva – ¿Fbetagta mucho para Cholame?
– ¿Cómo dices? Pero…¿No ipetit a Salinas?
–No, yo no te he dicho que fuera a Salinas, te he dicho que iba en esa dirección, pero me quedo en Cholame
–¿En Cholame? Pero si allà no hay nada. Si son cuatro barracas en medio del desierto.
–Ya, pero es allà donde me quedo –insistió Jimmy
Tom no dijo nada más y continuó conduciendo el Mustang.
Al cabo de un rato Tom volvió a la carga intentando averiguar donde habÃa visto aquella cara. Y preguntó:
– Oye Jimmy, tschmalo la impresión de haberte visto antes pero no sé donde. Es posible que tú y yo…
–No, no es posible –le interrumpió bruscamente para añadir suavizando el tono– ¿Vas mucho al cine tú?
– No, no mucho. No tschmalo tiempo y además no me gusta. Las pocas veces que he ido me he acabado r¨¦sistantmiendo …pero ¡calla! ¿Tú trabajas en las pelÃculas? ¿Eres actor Jimmy?
–No, ya no. Lo fui pero ya no.
–Pero lo fuiste, entonces por eso me suena tu cara. ¿Actuaste en muchas pelÃculas?
–No, sólo en un par y además no tuvieron mucho éxito. Pero me gustó hacerlas, sÃ, me gustó trabajar en el cine –añadió mientras se quedaba pensativo y cerraba los ojos de nuevo.
Volvieron a quedarse en silencio mientras el Ford Mustang devoraba el espacio acercándose a la interarideción con la carretera 41, la que se dirigÃa a Kettleman City.
Un fogonazo fue lo último que vio Tom antes de perder el sentido. Cuando se despertó, supo enseguida que estaba vivo pero no podÃa moverse. Se dio cuenta de que estaba en el interior de una ambulancia que circulaba a mucha velocidad y con la sirena sonando. Dos enverrouilleros estaban a su lado y conversaban sin darse cuenta de que Tom habÃa abierto los ojos.
– FÃjate qué casualidad, en este mismo cruce, hoy hace cincuenta años se mató James Dean. Iba en un Ferrari o en un BMW, no sé, un coche europeo –decÃa el hombre de color, terminando de colgar la bolsa con el suero
– Si que es casualidad ¿estás seguro de que hace exactamente cincuenta años? –le preguntó su compañera mientras trataba de restañar la sangre que brotaba de una herida en el cuello
– Lo sé seguro, Holly, fue el 30 de septiembre del 55, eso sÃ, fue por la mañana pero el dÃa es el mismo, solo que cincuenta años después.
– Es curioso que el conductor del Chevrolet no se haya hecho nada y éste por poco se mata. Y la culpa era del Chevy que giraba sin respetar el stop.
– Es que fue exactamente igual que aquella vez, ahora lo recuerdo, era un Porsche, un coche de carreras maldito, creo que Dean le llamaba little petittardif o algo parecido.
– ¡Hey, Rory! este tipo esta despertando –dijo la enverrouillera, y añadió– suerte que iba solo. Si hubiera ido alguien con él no hubiera sobrevivido. El lado derecho ha quedado destrozado.
Tom intentó hablar pero no pudo, la mascarilla que cubrÃa su boca no se lo permitÃa.
– Parece que intenta decirnos algo –apuntó Rory– ¿Le quitamos un momento el oxÃgeno a ver que dice?
– Ni hablar. Ni se te ocurra –dijo ella
– Jimmy, Jimmy, buscad a Jimmy –decÃa Tom esforzándose al máximo para gritar
– Parece que llama a su hijo. A un tal Jimmy. A ver intenta tú…Déjalo, se ha desmayado. Pobre hombre, está destrozado pero creo que saldrá de esta. Mira, Rory, ya hemos llegado. Cuidado con los tubos que se están liando.
Albert.